Capillas
La parroquia
Siempre desde su infancia había soñado con tener el lugar de su destino donde pasaría el resto de sus días quizá sin tanto ímpetu como el de su juventud, pero sirviendo al Señor. Ahora después de veinte años el buen dios le había concedido tal petición no se mostraba del todo satisfecho. Después de todo se decía ser un miserable y que quizá no merecía de parte de Dios, por su vida pecadora, tan honrosa gracia. Era lo que Román el párroco de san Tomaso platicara con Morí el sacristán ya entrado en años y con larga trayectoria el sacristán el que estaba completamente sorprendido acolitaría. Justo era las vísperas del día siguiente que pasaran las fiestas patronales y el lamento de Don Román había llegado hasta el desaliento. Se encontraban en altarito de la Iglesia. Sentados en una de las bancas con los brazos descansando sobre sus rodillas abierta en la otra estaba atento examinándolo sin despegarle la vista nuestro heroico sacristán siempre atento a escuchar los lamentos del Señor Cura. De hecho, se había convertido casi en su confesor, no solo en su pañuelo de lágrimas y cosa que decía al señor Cura lo tomaba como si le espíritu Santo lo inspirara y más de alguna ocasión llego a molestarse por el padrecito no le hacía caso. Amén de todo esto en esta tarde de otoño era el sacristán que completamente sorprendido miraba el desaliento del Párroco y escuchaba los lamentos que de su boca de buen predicador salían ahora, asemejándose a los lamentos del profeta jeremías.
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Es inconcebible como hoy casi todos los hombres de la parroquia haya a amanecido borrachos.
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No pudimos juntar para los adornos de la parroquia y cuando Salí a dar una visita como producen las cosas en la kermesse, gastaban aquí, compraban allá y salía dinero para todo lo que se les antojaba
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Todas las mujeres de la parroquia andaban de tal manera arregladas que te puedo asegurar que todas compraron ropa e estrenaron
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Los jóvenes no se mezclan más que en las actividades que los atraen y se olvidan de las que les convienen.